Y recordar que todos todos los domingos hay senderismo
Salida a las 10 en el Cubo
Y que todos los domingos habrá dos rutas, una a pié desde el Cubo (no son necesarios coches) , otra de las de siempre
Y que para estar al día lo mejor es escribirme a
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La ONG y Voluntarios de ONG Mujeres Profesionales de Andalucia (AMPA) te desean felices Fiestas
La ONG y Voluntarios de ONG Mujeres Profesionales de Andalucia (AMPA) te desean felices Fiestas Navideñas y Próspero Año 2011.
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Jorge Enrique Mújica | jem@arcol.org
Gran parte de las fiestas que celebramos, por ejemplo Navidad, tienen un claro origen religioso. Cuando, hace años, muchos pueblos entraron en contacto con el cristianismo, tomaron conciencia de la verdad y significado que estaba detrás de cada conmemoración.
Con esa convicción, el hombre de distintas épocas fue buscando una expresión para manifestar esa riqueza. Lo hizo y lo ha seguido haciendo a través de la literatura, la danza, la pintura, la escultura, la música, la arquitectura, etc. Fue así como nació y se desarrolló, dentro de los distintos matices geográficos, lingüísticos e históricos particulares de cada pueblo, la cultura cristiana que llega hasta nuestros días.
Una cultura sin significados
Hoy por hoy somos testigos del vacío de significados al que se está sometiendo nuestra cultura cuando, directa o indirectamente, se tergiversan y confunden las fiestas religiosas añadiéndoles elementos del todo ajenos o suprimiendo la realidad última que conmemoran.
Y podría parecer un detalle sin importancia pero tan grave es que podemos llegar a perder la propia conciencia histórica y la identidad cultural como pueblo. Algo así como perder la memoria en medio de un mar de personas a las que les ha sucedido lo mismo: el no conocer el dónde venimos y a dónde vamos.
La cultura es el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo. Parte de esas manifestaciones son las fiestas religiosas como la Navidad. Ante la cultura sólo caben dos posturas: la de los que van contra ella o la de los que la promueven.
Se va contra la cultura cuando se cae en laicismo, reduccionismo, sincretismo o consumismo.
¿Qué es el laicismo?
Se cae en laicismo cuando en nombre de la aconfesionalidad del Estado y el "respeto" a los demás credos, se suprime el Nacimiento en las escuelas públicas (donde, además, la mayoría de los alumnos son católicos), se habla de "fiestas de invierno" en lugar de Navidad, se prohíben las felicitaciones con referencia explícita a la Navidad o se cambian por imágenes de montañas nevadas y monos de nieve, las portadas de las tarjetas o adornos que hasta hace poco tenían alusiones abiertas en relación al Niño Dios, a la Virgen María o a los Reyes Magos.
El reduccionismo
Se cae en reduccionismo cuando se atenta contra la cultura al desacralizar las fiestas, al ir introduciendo elementos paganos que ninguna relación tienen con ella. Piénsese en la Navidad, cuando se le da un protagonismo indebido a "Santa Claus" llegando, en algunas partes, a sustituirlo por Aquel por quien tiene sentido la Navidad misma: Jesucristo.
El sincretismo
Se cae en sincretismo cuando a las fiestas cristianas, constitutivas de la cultura, se les añaden matices de otras religiones como buscando su fusión; es sincretismo buscar, en la doctrina de otras religiones, una explicación al misterio cristiano. Lo que se provoca es la confusión y el desconcierto más que la verdad.
El consumismo
Se cae en consumismo cuando se reduce la celebración religiosa como la Navidad a objeto de consumo; es lucrar con ella despojándola de sentido y condicionándola a la ley de la oferta y la demanda.
Conocer, profundizar y defender los orígenes de nuestra cultura
Promover la cultura es conocer los orígenes de ella, profundizar en ellos, defenderlos y transmitirlos. ¿Pero es que también la puede conocer, profundizar y defender un no creyente o quienes no profesan ninguna religión? Sí. Y es que promover la cultura, con las implicaciones religiosas que conlleva, no es necesariamente sinónimo de creer o comulgar con ella sino de valorar lo mucho que el cristianismo ha aportado a la vida de todos los hombres sin distinción.
Gracias al factor religioso católico nuestra cultura no es cualquier "cultura" sino una cultura rica y madura gracias precisamente a ese elemento. Por el legado cristiano la esclavitud desapareció, la moral llegó a la vida de todos los seres humanos, la mujer fue dignificada y se salvó la herencia clásica; bajo el cobijo del papado nacieron las universidades, se desarrolló la doctrina de los derechos humanos, se pusieron las bases de la democracia moderna y se aportaron importantes avances en materia científica, filosófica, teológica y de muchas otras ciencias y artes.
La Navidad es el acontecimiento que cambió la historia y eso es innegable. No hay ningún otro evento que de tal modo lo haya hecho. Tan es así que a partir del nacimiento de Jesucristo (si bien hay algunas imprecisiones al momento de determinar el tiempo exacto del natalicio) contamos los años.
Conocer los orígenes no es sólo ir a la búsqueda histórica de los inicios festivos de las celebraciones sino indagar en todo lo que conllevan de significados. Profundizar en ellos es tratar de "penetrar" el misterio de la relación de Dios con los hombres, su amor por cada ser humano, su encarnación, vida, muerte y resurrección, hasta convertir la búsqueda en oración.
Defenderla es reconocer lo mucho que de bueno hay en ella, es valorar lo que ha hecho por el progreso de la humanidad; transmitirla es procurar que muchas generaciones más la conozcan con la debida pureza, sin manchas, íntegra. Y para eso no debemos permitir que las fiestas religiosas como la Navidad sean adulteradas.
Tampoco podemos permitir que se invoque la aconfesionalidad del Estado para que sean sofocadas. Si el Estado no tiene religión propia es porque tiene el deber de proteger a todas las religiones, empezando por la mayoritaria, que libremente quieren profesar y vivir sus ciudadanos. La obligación del Estado aconfesional es respetar y apoyar las manifestaciones religiosas de los ciudadanos; más todavía cuando esas manifestaciones no atentan contra la dignidad humana sino que la ayudan y hacen al hombre ser más hombre.
Si de verdad queremos defender la cultura, debemos velar para que las fiestas religiosas no se transformen en ocasiones para el consumo sin más; en "fiestas comerciales". Permitirlo sería renunciar al legado cultural que llevan consigo.
La cultura en un pueblo es como la harina en un pastel, el agua en un caldo o la grenetina en una gelatina. Sin harina no hay pastel, sin agua no hay caldo y sin grenetina no hay gelatina. No se puede vaciar de contenido a las fiestas religiosas porque son parte constitutiva de la cultura. Permitirlo o hacerlo, es el primer paso para enterrar a la sociedad. Sin cultura, sin nuestra cultura, subestimamos quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Érase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparos en decir lo que pensaba de la religión y de las festividades religiosas, como la Navidad.
Su mujer, en cambio, era creyente y criaba a sus hijos en la fe en Dios y en Jesucristo, a pesar de los comentarios desdeñosos de su marido.
Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la localidad agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.
-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa.
Un rato después, los vientos empezaron a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea.
Al cabo de un rato, oyó un gran golpe; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia. Cuando empezó a amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana. En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, y se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo que un par de aquellas aves habían chocado con su ventana.
Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
-Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.
Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar en sus circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más.
Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron.
El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero. Por mucho que lo intentara, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.
-¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevada?
Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.
-Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo pensando en voz alta.
Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.
El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza:
-Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!
Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día:
-¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!
De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Diríase que nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos ciegos, perdidos y a punto de perecer. Dios hizo que Su Hijo se volviera como nosotros a fin de indicarnos el camino y, por consiguiente, salvarnos. El agricultor llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Natividad.
Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora nevada, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea. De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria: "¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!"
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